"El anciano comenzó a descender calmoso la escalera que conducia a la estación del tres subterráneo. No tenía ninguna prisa, nadie lo esperaba. El matrimonio sin descendencia se había esfumado por completo con la muerte de su esposa algunos años atrás. Este recuerdo no lo entristecía ya; nada lograba sacarlo de su mutismo desde algún tiempo. Una vez al mes se animaba, más por obligación que por entuciasmo, a cobrar el cheque de jubilación que le permitía prolongar su vida reposada. No pasaba estrecheces económicas, al menos. Era, tal vez, un monótono privilegilegiado.
Estaba pasado el mediodía y un calorcillo punzante se agitaba gozoso en la atmósfera, pregonando el verano inminente. El anciano, sin embargo, portaba un grueso abrigo invernal; a su edad este cambio de clima era todavía una sutileza incapaz de modificar su indumentaia.
Terminó el descenso y se dirigió a la boletería que era atendida por una mujer rubia, madura y de expresión muy rígida. Demoró mucho en reunir las monedas para cancelar el boleto y la cajera lo observaba molesta. Por fin juntó el dinero y recibió el boleto azul a cambio. Sintió, al alejarse, la mirada fría de la mujer en su espalda, pero no se atrevió a voltear el rostro.
Una vez en el andén sintió fatiga, era la larga caminata, y se acomodo en una silla acrílica desde donde pudo dominar toda la estación. Enfrente suyo había un grupo de muchachitas que no hacían más que reír y hacerse cosquillas unas a otras. Cerca de él, de pie, un individuo alto, corpulento, con un bigotillo muy bien cuidado, contemplaba a las jóvenes sin perder detalle de sus movimientos; unas veces sus faldas descubrían sus piernas suaves y torneadas, otras sus senos de turgentes pezones se adivinaban entre los escotes audaces. Este hombre -pensó- tendrá unos cuarenta años.
Al otro lado de la vía, era curioso, no había nadie. El anciano abandonó sus observaciones al percibir un estremecimiento en el piso. No, no era un temblor, ya lo sabía, era el ferrocarril que se aproximaba. Se incorporó al tiempo que hacía su entrada el metro. Se abrieron los vagones relucientes y los nuevos pasajeros ingresaron. Las muchachas y el cuarentón subieron delante del viejo. El vagón estaba casi desocupado y no tuvo problema para encontrar asiento. El cuarentón se ubicó frente a las muchachas; era evidente su exitación. Una mujer gorda llena de paquetes se quejaba del calor y de la carestía, mientras devoraba un chocolate enorme. Más al fondo, un quinceañero se ruborizaba con las miradas provocativas y las carcajadas eróticas que le dirigían las jovencitas. El cuarentón se retorcía, envidiando al mocoso.
Las estaciones comenzaron a sucederse vertiginosamente. Una de las muchachas se acercó al jóven sólo con el pretexto de pedirle fósforos. El anciano pensó en reclamar si es que fumaban, mal que mal estaba estrictamente prohibido, pero su inercia lo traicionó. El muchacho tenía fosforos y prendieron los cigarrillos. La señora gorda masculló algo que no se entendió a causa del chocolate que hinchaba sus mejillas. Los muchachos conversaron, luego empezaron a juguetear, tactándose los cuerpos uno al otro. Las muchachas se erotizaban y miraban al cuarentón. Acrecentaron sus juegos nerviosos. Al fondo la pareja se besaba, tendida en el asiento. La mujer arrojó una mirada horrible al anciano, como insinuándose.Las muchachas rodeaban al cuarentón complacido. El anciano sentía náuseas por los guiños de la gorda. Los muchachos se desnudaban. De pronto el anciano pensó que todo era tan extraño. Una voz ordenó bajarse a todos los pasajeros a través de lso parlantes. El tren se detuvo, pero las puertas se mantuvieron cerradas. Afuera había una espesa neblina. Transcurrieron algunos segundos. Estaban todos de pie, menos el anciano. Estaban frente a las puertas que no se abrían. Cuando empezó a salir el gas por los conductos hábilmente disimulados, todos gritaban y golpeaban las puertas de vidrio y trataban de separar las gomas que las hermetizaban.
Desde afuera era posible ver cómo la gorda vomitaba el chocolate sin dejar de chillar y estrellarse contra los vidrios. Los puños del cuarenton estaban destrozados y la sangre corria por los vidrios. Las muchachas aullaban histéricas junto al quinceañero. Sólo el anciano se mantenía en el asiento, aspirando en grandes bocanadas el gas que le robaba la vida.
"...El texto está basado en los campos de concentración de Auschwitz de Alemania...~
Estaba pasado el mediodía y un calorcillo punzante se agitaba gozoso en la atmósfera, pregonando el verano inminente. El anciano, sin embargo, portaba un grueso abrigo invernal; a su edad este cambio de clima era todavía una sutileza incapaz de modificar su indumentaia.
Terminó el descenso y se dirigió a la boletería que era atendida por una mujer rubia, madura y de expresión muy rígida. Demoró mucho en reunir las monedas para cancelar el boleto y la cajera lo observaba molesta. Por fin juntó el dinero y recibió el boleto azul a cambio. Sintió, al alejarse, la mirada fría de la mujer en su espalda, pero no se atrevió a voltear el rostro.
Una vez en el andén sintió fatiga, era la larga caminata, y se acomodo en una silla acrílica desde donde pudo dominar toda la estación. Enfrente suyo había un grupo de muchachitas que no hacían más que reír y hacerse cosquillas unas a otras. Cerca de él, de pie, un individuo alto, corpulento, con un bigotillo muy bien cuidado, contemplaba a las jóvenes sin perder detalle de sus movimientos; unas veces sus faldas descubrían sus piernas suaves y torneadas, otras sus senos de turgentes pezones se adivinaban entre los escotes audaces. Este hombre -pensó- tendrá unos cuarenta años.
Al otro lado de la vía, era curioso, no había nadie. El anciano abandonó sus observaciones al percibir un estremecimiento en el piso. No, no era un temblor, ya lo sabía, era el ferrocarril que se aproximaba. Se incorporó al tiempo que hacía su entrada el metro. Se abrieron los vagones relucientes y los nuevos pasajeros ingresaron. Las muchachas y el cuarentón subieron delante del viejo. El vagón estaba casi desocupado y no tuvo problema para encontrar asiento. El cuarentón se ubicó frente a las muchachas; era evidente su exitación. Una mujer gorda llena de paquetes se quejaba del calor y de la carestía, mientras devoraba un chocolate enorme. Más al fondo, un quinceañero se ruborizaba con las miradas provocativas y las carcajadas eróticas que le dirigían las jovencitas. El cuarentón se retorcía, envidiando al mocoso.
Las estaciones comenzaron a sucederse vertiginosamente. Una de las muchachas se acercó al jóven sólo con el pretexto de pedirle fósforos. El anciano pensó en reclamar si es que fumaban, mal que mal estaba estrictamente prohibido, pero su inercia lo traicionó. El muchacho tenía fosforos y prendieron los cigarrillos. La señora gorda masculló algo que no se entendió a causa del chocolate que hinchaba sus mejillas. Los muchachos conversaron, luego empezaron a juguetear, tactándose los cuerpos uno al otro. Las muchachas se erotizaban y miraban al cuarentón. Acrecentaron sus juegos nerviosos. Al fondo la pareja se besaba, tendida en el asiento. La mujer arrojó una mirada horrible al anciano, como insinuándose.Las muchachas rodeaban al cuarentón complacido. El anciano sentía náuseas por los guiños de la gorda. Los muchachos se desnudaban. De pronto el anciano pensó que todo era tan extraño. Una voz ordenó bajarse a todos los pasajeros a través de lso parlantes. El tren se detuvo, pero las puertas se mantuvieron cerradas. Afuera había una espesa neblina. Transcurrieron algunos segundos. Estaban todos de pie, menos el anciano. Estaban frente a las puertas que no se abrían. Cuando empezó a salir el gas por los conductos hábilmente disimulados, todos gritaban y golpeaban las puertas de vidrio y trataban de separar las gomas que las hermetizaban.
Desde afuera era posible ver cómo la gorda vomitaba el chocolate sin dejar de chillar y estrellarse contra los vidrios. Los puños del cuarenton estaban destrozados y la sangre corria por los vidrios. Las muchachas aullaban histéricas junto al quinceañero. Sólo el anciano se mantenía en el asiento, aspirando en grandes bocanadas el gas que le robaba la vida.
"...El texto está basado en los campos de concentración de Auschwitz de Alemania...~